CRYSTAL UNA COREOGRAFÍA DE INTROSPECCIÓN



CRYSTAL UNA COREOGRAFÍA INTROSPECTIVA

Coreógrafa: Ana Trincᾶo
Fotos: Diana E.Vallejo
Artículo de: Diana E. Vallejo /Honduras

En un espectáculo de danza, la expectativa es la expresión total del movimiento y sus formas, admiramos la plasticidad del cuerpo, el ritmo manifiesto, el cuerpo como un instrumento vivo al que lo exponen a una lucha frenética entre la gravedad y su silueta. Se transforma el grupo o la individualidad en una esfera de energía que estalla frente a todos y al que hacemos llover una lluvia de aplausos por el deleite dado y el esfuerzo mostrado.
No es el caso en la puesta de Ana…aun así estremece…es más profunda su idea, más difícil de plantear, por medio del movimiento, ella explora la composición, la intención, la cavidad sonora del cuerpo. Además de esa genuina exploración, entonces ¿por qué nos conmueve en ésta coreografía, por qué nos deja en mutismo?
Inicia con un silencio absoluto, en medio de la oscuridad, un solo foco cenital, una bailarina que presta su cuerpo y su corazón para comenzar lo ígneo, escuchamos se ahonda en el más natural de los sonidos, en esa primera sospecha de la vida, los latidos de un corazón. Sólo ese detalle básico y hasta olvidado, nos remite a preguntas ancestrales, esas que retumban en la mente como un viejo rosario, a ellas las incólumes…

¿Dónde se manifiesta la vida? ¿Cuál fue el primer sonido, dónde hizo presencia por primera vez? ¿Cómo se definió la diferencia entre lo quieto y lo móvil? ¿En qué instante las posturas conformaron un movimiento? ¿Cómo es que tenemos certeza de que somos seres vivientes? ¿Cuándo la oscuridad fue invadida por el ser? ¿Quién es el corazonero del corazón?
La bailarina reposa, utiliza la diástole y sístole como únicos recursos de sonido, reposa, en solemne tensión, se explora y hace que el público se sumerja en un ambiente de sopor, nos envuelve la curiosidad por volver a escuchar, y digo volver, porque es así, es un viejo y guardado recuerdo de nuestro primer contacto con dos dimensiones la vida propia (al darnos cuenta de que estamos percibiendo algo) y la existencia del otro u otra en éste caso…el feto y la madre. Esa memoria común a todos y todas, nos invadió, la obviamos y damos por hecho, el hecho de la vida, que está sujeta a un corazón, único en cada quién y plural en la naturaleza.

Por eso construyo esa nueva palabra corazonero, en éste caso corazonera, busco emular la palabra relojero… ella bailarina o corazonera, toma el tiempo y la medida de sus latidos los desparrama a través de sus manos dibujándolos como un código, compilación que marca en una gran hoja blanca extendida en el suelo, mientras nos percatamos de que nos rodea el espacio oscuro, no es de extrañar que los que observamos cataloguemos esa hoja como grafía de la vida y lo oscuro como lo incierto, lo desconocido.

¿Por qué no entonces buscar al corazonero?...¿quién o qué lo enciende?... puede ser sólo energía, sólo el azar, sólo la idea en células, pero al fin y al cabo un reloj de carne y sangre que se hilvana con la movilidad e inmovilidad, que se hace notar hasta que el cuerpo muere o queda inerte. Es una oblicación comprobar el pulso, comprobar si aún se está aquí en ésta dimensión, permanecer en un estado de movilidad completamente sujeto al ritmo cardíaco.

El corazón es un corsario antiguo, pocas personas lo navegan, Ana lo hace a través de Crystal, tan transparente y mística que nos remonta en un viaje cercano y lejano a la vez. La bailarina se sujeta al papel y al sonido de su aparato cardíaco, tiembla el resto del cuerpo, igual que una pluma su brazo baila marcando un trazo único, sus ojos se mantienen alerta como los de un búho, en espera de atrapar una presa, ¿en éste caso apresará su aliento? .Al poco tiempo aparece una segunda bailarina, quién como a todos nos ocurre, primero observa a la primera y luego se sumerge en el mismo afán de escuchar su pulso, su presencia, no as un adorno, sino una multitud, como tiende a ser un tejido social, compartimos lo común y la distancia, las miradas sin encontrarse, quizás la ignorancia misma de la presencia de un segundo o un tercero, encima de la hoja , la misma hoja, ambas se sujetan al tan pintado, reconstruido, emulado, ofrecido en sacrificio, compartido, aniquilado, camino del corazón.

Ana TrincẶo rebasa así los paradigmas de lo que se asume debe de ser un baile, pregona la presencia inexorable y estética de aquel sencillo movimiento que activa la vida misma, el palpito de un corazón.

El montaje de Ana Trincᾶo, es para uno de espectador una experiencia primigenia, te adentra a la creación misma, a la oscura matriz de una madre, al inicio de la conformación de un bebé, hay que volver a imaginar ese primer estallido sonoro, que vino acompañado de un pulso discreto, aquel que empujado por el hambre por la sangre, sangre que entra para alimentar a otra sangre, y luego sale de esas cavernas, inician el cosmos, la comunión, el conflicto universal entre la vida y la muerte, quizás por eso el corazón es un embrión de lo inexplicable, el espíritu y la carne, oxígeno y asfixia, como son los niños azules.

Las posturas de los cuerpos en reposo y ávidos al desenlace de sus propio tambor cardíaco, estremece la sala, hay un silencio no obligado, es provocado por la curiosidad de escuchar un latido que normalmente es privado, desconocido, propio de cada quién, que de repente se convierte en el actor principal de la obra. La bailarina se transforma ante aquella presencia vital en estudiosa de su interior en viajera de su cuerpo presente, registra en una gran hoja blanca, los altos y bajos de su propia sonoridad existencial.

Por ello a observar cómo un tercero rompe la hoja y las separa en dos patrones distintos, es una alegoría a los desastres que puede haber en la vida, desastres necesarios a veces y cruentos en otras, el camino que se marcó como único que pluraliza, esta dispersión de la vida, y sujeción a la misma se denota cuando las bailarinas que ya se han detenido y han dejado el patrón para que un tercero sin preguntar lo fragmente, se acerquen a ambos trozos de papel, a los que llamamos códigos del corazón y comienzan a bailar según lo que ven en ellos, con latigazos hacia atrás y hacia delante o en volteretas según lo marcado, el cuerpo se vuelve una marioneta, está totalmente inmerso en la voluntad de las marcas cardíacas, se mueve, vive y se reproduce sólo si su pálpito late, el cuerpo de las bailarinas parecen estar atadas al patrón, y acaban de bailar sólo hasta acabar cada una de las marcas, terminando exhaustas, empapadas de la energía que empuja el corazón, su propia existencia.

No es casualidad que todo el que vea y escucha ésta pieza, se sienta algo indefenso, porque no decirlo, hasta desnudo frente a otro núcleo de sangre y ritmo*

Es inevitable, pensar en ello, el sonido que más amamos es el que más tememos, el que marca el tiempo, la salud, la juventud, la prolongación o no de un estado móvil y alerta. Nuestro propio corazón se transforma en un actor en aquella pieza, la garganta se seca, nuestras pupilas se dilatan y te captura cada movimiento, todo porque Ana Trincᾶo la creadora de ésta propuesta, encontró la veta dual de la realidad, el tambor entre la vida y la muerte.

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