Navego en la Narvarte

Tengo una T en la vida como nunca antes, llego a Eugenia doblo automáticamente a la derecha, para ver de reojo el spiderman que baja la pared de aquel local que exuda olor a pan y gente a cada momento. La fila de los polleros y el puré de papa me hace caritas desde su rincón, juraría que brilla más cada vez que paso frente a él, como una especie de perrito con ganas de ser adoptado. Aquel puré apilado en empaques transparentes se torna una masa suave a pesar de la incubadora de productos comestibles en donde se alberga.

Decir Narvarte me hace viajar con el capitán Nemo con esa tripulación loca por atrapar a los cetáceos inmensos y deslizosos de esos mares, es extraña, tiene un templo a San Antonio y casi nunca he visto entrar o salir a alguien de allí.

Esa T, es ya familiar a pesar de no haberla recorrido antes, parece ser que ya la había visto, no de otra vida, sino como un sueño que alguien me contaminó, pero no lo creo, es una esquina interesante donde las épocas se mezclan a través de sus nombres...Anaxágoras, San Antonio, Eugenia...

Llego al borde de la cruz de autos, y me fijo en los peceros que pregonan sus rutas, hay uno que siempre hace la patarata de que ya se va y no lo hace. Voy a extrañar esa calle beata, y las nuevas edificaciones que se pintan la cara con unos retoques naranja chillón.

¿Cómo no contagiarme de esas calles como espaguettis que se mantienen a pesar de que los pájaros ahora se retan por una rama? es mi espacio, la gente que ha llegado pronto se irá, soy parte del grupo que vino a detenerse en los mismos pasos, para poder volar, un al fin y al cabo que cada quien resolvió a su manera.

Es automático, doblé de nuevo, veo a la señora poeta que sigue batiendo masa para los pasteles, pero me apresuro a tentar a la suerte de esa arteria que de noche se hace vena.

Abro las puertas, no quiero que nadie me vea, soy un anónimo.

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