LECCIONES DE HIPOCRESÍA

 


 

Por: Diana E. Vallejo

 

Lecciones de hipocresía es que necesito,

porque cuando veo a los corruptos, o a los diviesos

suele  erizarse mi piel bajo el vestido

como estacas que se hienden por la ausencia del respeto,

hacia aquellas investiduras y por supuesto

mi  conocimiento de causa.

 

Me da algo de agruras, alergia

entender que son nomás, un sapo más

un calamitoso andamiaje de viejas prácticas,

a punto de derrumbarse,

por la poca monta de sus nombres ,

hay que salir huyendo.

 

Es que son tan "buenos",  como las mambas,

Tan magnánimos,  sólo en los discursos

Tan solidarios, para ser utilitarios

Tan dulces, que sus dientes amenazan con comerte.

 

Sí, son tan engreídos,  entregados al pueblo…

                                                             de su pequeña familia

tan acomodadizos, a sus bolsillos

que no pisan un espacio si las rojas lenguas

no hacen de alfombras.

 

¿He de aprender a ser hipócrita? no porque me guste la idea

sino, para que mis venas no se tensen  por el pasmo

que quieren reírse a carcajadas de sus espectáculos grotescos

de sus labias espléndidas y  sus  gatos siameses para tener clase,

la única, que les ronronea y ni les pertenece.

 

Es decir,

Es complicado,

estar más que enterada, de que sólo les gusta

los cabarets de la lisonja y el vaho fermentado  de la baba de perlas,

el dinero el azar, de las triquiñuelas,

y es que nadie sabe de dónde saca

sus valores, Cash Free.

 

Necesito unas clases intensivas de sobalevismo,

para que el doctor no recurra a recetarme ansiolíticos,

porque esta inteligencia mía, me juega pasadas de cómic,

por ese teatro de las muelas que se pudren Ipso facto,

al menor dulce de corrupción.

 

Es necesario,  aprender a no sentir nada

utilizar la fulgurante ironía

no por ellos, sino por mí

porque en una sociedad llena de ratas

una rata grande es ícono de la camada.

y aquí a las leonas, no nos dejan rugir y rujo. 

 

Se necesitan las clases de taimada,

para sobrevivir en el intento

a un terreno de mediocres, de escafandras de mercredi

que pululan sin altibajos de salud.

 

Necesito esas clases, para que no se me pare el corazón de ver

al grupúsculo  de chispas de chocolate,

que se derriten ante el puesto, por supuesto, no ante ellos.  

 

Mi mandíbula  se paraliza en un rictus ridículo,

y mis ojos antes calmos, ruegan que se  esfume,

tan  incómodo momento.

 

Pero es imposible doctor,

no puedo encontrar maestras,

eso es de nacimiento

se nace por devoción

o se crían con renacuajos,

es imposible solicitar maestras, maestros,

son precisamente  ellas, ellos,

y moriría en el intento…

 

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