EN EL INMENSO MUNDO
Por: Diana E. Vallejo Baca
La lectura, como bien dijo Ortega y Gasset, no nos aborda
sólo desde la grafía, y menos cuando se es niña, llegan primero las voces de nuestros
progenitores ellos nos cuidan y nos
regalan nuestras letras, nos llaman con
él, su fantasmática en ciernes nos
reta, nos envuelve, nos da un lugar fantástico para existir, el espacio llamado nombre.
Quizás me gustó o no, pero me los dieron para recrearlo,
esculpirlo, adornarlo, llenarlo, exprimirlo, emocionarlo, asociarlo al amor o
desamor de mi familia y/o la sociedad, tiene letras, se escribe, y lo
interesante es que aunque mueras ese nombre queda, tiene vida, memoria, y según
tu edad será joven o viejo, antiguo o contemporáneo, no se entierra el nombre
sólo el cuerpo que ocupó.
A los tres años, viví el huracán Fifí en Honduras, y me
percaté de que la gente de Tegucigalpa devoraba los diarios, le pedí a mi
hermano Ray que me leyera lo que aparecía bajo aquellas tremendas fotos en
blanco y negro. Miré carros y gente muy mal trecha, no entendía, así que él,
que ya dominaba el secreto, me leyó y me afligí al darme cuenta que la ciudad
de La Ceiba, lugar dónde yo nací era la más afectada por dicho desastre
natural. Años después conocí a una profesora quién me contó que sobrevivió porque
se agarró fuerte a una palmera, el resto de su familia feneció. Eso lo supe sin
leer las palabras, pero si su rostro.
Recuerdo a mi familia mostrándome esas letras en un papel, en
colores, veía sus letras, notaba que eran distintas a las otras letras de otros nombres. Era otra dimensión porque
mi papá o mamá, tomaban esos cuentos
coloridos y de repente me contaban cuentos y en otras ocasiones que les pedía
lo mismo, y no había esos libros, no los podían contar bien, supe que el secreto de esas letras, eran los propias historia, desde ahí nacían, así que el
asunto era un misterio.
Entonces no sabía leer, descifrar me era vedado. Un día, me
asustaron con la noticia de que iría a primer grado, le pregunté a mi mamá.
¿Cabrá todo en mi cabeza? ¿Habrá suficiente espacio, puedo yo aprender a leer?
Ella se enteró de mi ansiedad. Un día me llevó a caminar, me tomó la mano con
más fuerza y calidez, se sonríe, al notarme cabizbaja, preocupada, aseveró:
-Usted aprenderá a
leer y mucho más- reconfortándome. Le
creí. ¿Acaso le queda otra opción a una niña de casi cinco? Dijo que me
mediría la cabeza, y así lo
hizo, de paso me aseguró sin temor a equivocarse, que entraría todo eso y mucho
más en esos 40 cm de entonces, hoy 62 cm
de circunferencia. ¡Tal dato me alivió muchísimo!
Me compraron una bonita lonchera, con la que me animó a ir a
ese susodicho primer grado, me sentí como un soldado raso yendo a su primer
combate.
Así que mi primera experiencia con el mundo de las letras, un terrible susto. Me angustié por el día en que me atribuló su magnificencia y multiplicidad. ¿Cómo le
haría, si todo en la calle y en los
libros, en las ollas, en los chicles, en la ropa y hasta en la tele tenía
esos ganchos?
¡Para colmo mis hermanos me cuentan que voy a aprender muchas otras cosas más! Me pusieron nerviosa: ¿Qué más puede caber en mi cabeza, por Dios? ¡Soy chiquita! ¿Cómo será eso de aprender? Los adultos explican que todo va a mi cabeza. ¿Cómo así? ¿Pero cómo entra eso que llaman leer a mi cabeza? ¿Me inyectarán? ¿Duele? ¿Cómo es que puedo adquirir esa magia, esa capacidad? ¡Leer es genial!
¡Me fascinó aprender era indoloro! El susodicho alfabeto sólo es, cinco
vocales y un poco de consonantes. ¡Sorpresa son como la gente! distintos
cuerpos, colores, tamaños, gustos, con o
sin música propia, algunas letras son mudas, como la h, son letras y son gente
al fin y al cabo, personas que nos comunicamos y nombramos con letras, formando
palabras.
Al aprender a descifrar aquel letrado mundo, todo a mi
alrededor se presentó, el zapatero, la gasolinera, los anuncios, las rutas de
los autobuses, los nombres de mis amigos (as), el hospital, el aeropuerto y
todo cuánto se escribe, las paredes podían gritar o llorar, además lo publicado
en los diarios envejece, porque ya nadie lee el diario de ayer.
Pero las calles, son diferentes es una sola y muchas, jamás
se desunen, solo se doblan, se ensanchan, a veces vuelan como puentes y otras
veces se desvisten y quedan pedregosas, polvorientas, pero el nombre, lo conocen
algunas personas o el mapa, tienen voz, presencia, son las únicas que no viajan
y están en todas partes.
En una ocasión a los cinco años, me perdí en un supermercado,
me detuve frente a un estante de libros para niños y los cuentos que leí en
aquel lapso de tiempo fueron Scrooge de
Charles Dickens y La niña de los fósforos de Hans Christian
Andersen, venían con sencillas y coloridas ilustraciones, pero en mi
corazón cobraron vida, así que cuando me hallaron estaba entre riendo de felicidad
por Scrooge y llorando de tristeza
por aquella niña desamparada en la
Navidad.
En cambio la Biblia de mi abue,
me dio miedo, tiene muchas historias de muerte y de reyes y nadie me prohibía
leerlas, me saltaba la mayoría, excepto el pasaje de Ruth, ojeé todas esas fotos
de pinturas, me salté los salmos, son muy aburridos, así que la leí porque se
suponía que te hace buena, no sé si se logró del todo el objetivo.
Jugando a los siete, cayó en mis manos Crimen y Castigo, lo leí, con mirada de niña caribeña, sin niebla,
sin hacinamiento, me pareció tan desgraciado el pobre Rodion, muy sensible y temeroso, ¿Esas calcetas que puso en el del
hoyo de la pared, lo habrán liberado, habrá recuperado el aplomo?
Aparte de ser libro, su rol en mi mundo, era ser libro de magia,
sus páginas de papel cebolla, traslúcidas y suaves abrigadas por la suave pasta
de cuero, lo hizo perfecto para un aquelarre infantil, imaginar ser hada, bruja, aluxe. A mi vecina no le gustaba
ser la bruja, a las que yo defendía; no entendía; Yo argumentaba ¿Cómo alguien
puede ser malo sin estar enojado antes? ¿Aparte qué chiste tiene ser tan bueno
todo el tiempo, si la gente es molestosa de vez en cuando? La convencí
diciéndole que una enojadita no le hace mal a nadie, aparte…
¡Esas brujas no han de ser tan arpías porque vuelan!
Mientras jugué con esos libros de pasta dura, descubrí autores
como Dickens, Andersen, Cortázar, Asimov, Freixedo, Oscar Wilde y su Retrato de Dorian Gray, me complací en
la colección del genial y circense Dr.
Seuss, obras de teatro infantil y el hermoso libro de narraciones de Las mil y una noches.
Entendí que al enamorarse hay que ser inteligente y creativa
como la protagonista de las Las mil y una noches quién se salvaba
gracias a una historia sin fin y un amor capaz de detener el filo de la muerte
sobre su cuello, la metáfora del amor y la muerte; ¿O se refiere a la maldición
del amor profundo que nos arrastra a sus entrañas quitándonos la voluntad?
¿Cómo no amar los viajes de Gülliver? Ver esos países distintos a los nuestros
dónde la gente chiquita le temía, y en
aquel otro dónde la gente oscura eran reinas y reyes como lo son en verdad, o
sumergirme en los océanos durante veinte mil leguas de viaje submarino dentro
de la estrafalaria nave del Capitán Nemo
de Julio Verne. Sobrecogerme de la magnificencia de la naturaleza en Moby-Dick de Herman Melville, asustarme del cruel castigo que recibió aquel
pueblo por no pagar su deuda al flautista de Hamelin.
Aprendí a resistir y andar en soledad, como le pasó al Robinson Crusoe en esa isla perdida de
la existencia, o las injusticias tremendas que pasó en Los
Miserables, Jean Valjean, y reírme por
el sentido común de Mafalda de Quino;
no sin dejar de lado la colección completa de las leyendas y mitologías del
mundo por Larousse, esos griegos y
romanos, me deleitaron y atemorizaron, lo africano me colocó tambor y susurro
al corazón, Fausto o las Nereidas tenían su encanto y el
embrujo del misterio.
De esos libros extraje vivencias y aventuras
junto a los argonautas y otros me escandalizaron porque me contaron de que
existía la ex comunión y los ovnis, me asombré del valor de Freixedo el sacerdote, pues a esa edad
entre los seis y los ocho, eso de que alguien fuera excomulgado, era lo mismo
que irse directo al mismo infierno, pero llegó Dante Alieghieri y Giovanni
Boccaccio y resultó que el infierno tiene salida y las mujeres somos graciosas,
agudas e inteligentes y muy estimadas, no por nada Boccaccio tuvo que disculparse con nosotras escribiendo tan jocoso
libro, cien historias geniales que rinden el merecido honor a nosotras, las
mujeres.
Pero los libros también pueden moverte el piso, ofenderte,
enojarte, transformarte, el libro que me ofendió de sobremanera fue uno que me
encontré por casualidad en una de las mesitas de noche de mi mamá, se llama La
enciclopedia de la mujer, fatal, me sentí muy mal, nos denigraba, por ejemplo;
en una hoja aparecía los cortes de una vaca y en la siguiente las medidas
"apropiadas" de una "buena" esposa, con las mismas rayas
punteadas, no había diferencia alguna,
para esa "Enciclopedia" somos animales sin voluntad.
A pesar de mis cortos
10 años, indagué y le pregunté a mi mamá de dónde había sacado semejante
adefesio, ella algo apenada, me dijo que una amiga se la había obsequiado el
día de su boda, revisé aquellas páginas, dónde nos creían tontas y decorativas,
leer por ejemplo: Sonríe a pesar de que esté enojado y levante la voz, ellos
están cansados, son los proveedores de la casa.
Tenía ganas de fusilar a la editorial Vergara, me indigné y mi papá se sonrió, él
me dijo que a las mujeres las tienen presas, pero que ese no era mi caso y
tendría que ayudar a liberar a las demás, no entendí entonces la dimensión de
sus palabras, ahora comprendo que mi papá es el primer feminista que conocí,
considerado, bondadoso y equitativo, todo un pensador, y lo que más me gustaba era cuando recibía la
lista de libros de Círculo de Lectores, y encargaba una lista, qué genial, me pedía
siempre mi opinión y yo disfrutaba de escoger los que más curiosidad me
provocaban.
A raíz de encontrar ese “Enciclopedia
de la mujer” comprendí porque mi mamá me había contrariado tanto al poner
en rosa mi baño, cuando mi color favorito es el azul, y porqué insistía en eso
de mandarme de vacaciones con mis primas para que estuviera con niñas, la
empecé a ver con otros ojos, tenía un mundo de contradicciones, su ella genuina,
y su ella social.
Gustaba de la música protesta (peligrosa en Honduras en los
años 80´s) por ella supe de Mercedes Sosa y su negrito, o música de Silvio
Rodríguez y Pablo Milanés qué
contradictorio se me hacía que ella tan libre en unos aspectos cayera en la
inmensidad de la mentira, esa que ha dicho que las mujeres somos sujetas de
segunda clase, sentí compasión, pobrecita mi mamá, lo que le tocó vivir.
Paralela a esa tendencia musical mi padre y mi hermano mayor,
tocan la guitarra, blues, jazz, los Tres Ases, Los Diamantes, y un sin número
de voces dulces y con un verso menos o más intrincado, como Serrat y su poesía musicalizada, Mediterráneo.
Mi papá y mamá, amaban hacer veladas, fue entonces que
escuché a recitar con esa voz estentórea la poesía de Darío y su princesita Margarita, y del cruel rey que decapitó por
celos al muchacho enamorado de una muchacha a la que él había obligado a
casarse con él; ¡Qué horroroso, casarse a la fuerza! Por supuesto crecí feminista.
Así que en esos viajes en carro hacia la costa de mis tíos,
leí sin parar, libros como Siddhartha de
Herman Hesse, quién me contó sobre la
trascendencia espiritual sobre los deseos. La historia y las leyendas
narraron por ejemplo; sobre las peripecias de los argonautas, la triste y
desequilibrada Penélope a la que no envidié en ningún momento.
Mi pá, asiduo comprador de libros, me acostumbró a los cómics
y a las enciclopedias, Ásterix, Lucky
Luke, Mafalda, Memín, Óbelix, Rius, o
esas enciclopedias del ¿Cómo? ¿Qué? ¿Cuándo? y ¿Dónde?, ellas
me enseñaron sobre procesos, culturas, humor y estrellas, hasta que por fin me
atreví a leer toda la enciclopedia médica, fue tremendo, todo sobre nuestros
cuerpos tan distintos, similares y maravillosos, son tan fuertes y complicados,
son toda una aventura.
A los trece tuve una
charla con un doctor, él pensó que era estudiante de medicina, fue simpático,
no podía creer que supiera de síndromes específicos, virus, infecciones y septicemias,
lo que me resulta tan normal como hablar sobre la no deseada corrupción en
México o sobre la historia a través de los ojos de Mingote.
Pero entrar a un palacio de libros, como le llama mi papá a las bibliotecas, es otro asunto, la primera fue la de mi
escuela, muy juguetona, llena de libros grandes e ilustrados, otros delgados
como fideos y sus nombres escritos con tipografía elegante; unos se retraían y
desplegaban o hablaban al apretarles, otros más gordos infunden respeto,
colocaron unos diccionarios Larousse grandes y bien plantados en la entrada del
salón en unos atriles, pero con cientos de
ilustraciones y palabras raras que me gustaba aprender, para llegar y decirlas en clase, como
mequetrefe, rabillo, abuhado, uebos (arcaísmo, sinónimo de necesidad), sapenco
distinto a zopenco, o barbián.
No es gratuito que ya en la escuela mi clase favorita fuera Español
y Literatura, especialmente cuando nos hicieron leer bajo juramento de secreto
mortal "Cuando las tarántulas
atacan" de Longino Becerra padre, ese día mi vida cambió, aquel libro
era un quita veladuras, narra hechos reales y cruentos que hoy como ayer
acontecen en mi país, su palabra tiene un peso tremendo.
Narra llantos, recoge y recrea testimonios, allega a las
familias y las coyunturas que nunca antes sentí de ese modo, esa obra me abrió hondas
heridas. Tanta maldad, era inverosímil, sin embargo, eran hechos. Fue mi primer
libro prohibido, comprendí que, lo vedado tiene que ver con tratar de ocultar
la verdad, la consciencia, porque leer genera preguntas, desarrolla la
observación, la crítica, desde entonces saber es vital.
Nos introdujeron a Isabel
Allende y sus Casa de los Espíritus, El
Mio Cid, La Triste e increíble
historia de la cándida Erendira y su abuela desalmada de García Márquez, El Principito un suave parte aguas,
revelador tanto como Siddhartha y Lobo Estepario de Herman Hesse, el principito
que nos lleva entre el apego, al desamor, el rito junto al zorro y su rosa
especial, viajerito de rituales y el imaginado o tapado elefante, que jamás
sabremos si lo era o no. Lloré de pesar cuando en los cachorros aquel varoncito
quedó impedido de hacer el amor, de tener hijos, por una mordida de perro, en
aquel libro Los Cachorros de Vargas Llosa.
Comencé a visitar varias veces a la semana la biblioteca
escolar, aproveché a leer sobre arte,
ciencia, novelas, todo en Inglés, la poesía (poetry) tenía su sección aparte,
así de importante es.
Había una colección en pasta blanca con las fotos de quiénes la escribían, entre ellos a Walt Whitman, que fue mi primer poemario, rayaba 9 años cuando le leí, luego me interesó John Dos Passos al que le llamé Juan dos pasos, y me encantó el gran orbe que inundaba aquel salón, hermoso mundo, puse el dedo en él, y busqué un libro del país señalado, pero no había libros de aquellas naciones, que sí bien aparecían en el globo terráqueo, brillaban por su ausencia en los anaqueles, solamente los de EEUU, Europa y muy pocos de América Latina; se me hizo curioso, pensé entonces que tenía que ver con las lenguas, hoy en día segura estoy que tiene que ver con el racismo del poder y en algunos casos el “indescifrable” idioma.
Había una colección en pasta blanca con las fotos de quiénes la escribían, entre ellos a Walt Whitman, que fue mi primer poemario, rayaba 9 años cuando le leí, luego me interesó John Dos Passos al que le llamé Juan dos pasos, y me encantó el gran orbe que inundaba aquel salón, hermoso mundo, puse el dedo en él, y busqué un libro del país señalado, pero no había libros de aquellas naciones, que sí bien aparecían en el globo terráqueo, brillaban por su ausencia en los anaqueles, solamente los de EEUU, Europa y muy pocos de América Latina; se me hizo curioso, pensé entonces que tenía que ver con las lenguas, hoy en día segura estoy que tiene que ver con el racismo del poder y en algunos casos el “indescifrable” idioma.
Fueron llegando otro tipo de libros por el gusto de mi papá,
cuentos y libros de tramas policíacas como The
Sword Fish de Agatha Christie o Ken Follet provocando preguntas históricas. Freixedo me
sembró una profunda curiosidad por los extraterrestres y los cielos, por ende
fue natural leer Cosmos y El cerebro de Broca de Carl Sagan o a Richard Feynman con su What Do You Care About What Other People
Think? Éste último, un astrofísico, me educó con su libro a entender que el
existir tenía otras vidas, otras medidas y mucha belleza.
¿Cómo no leer a mi compatriota Ramón Amaya Amador con aquel relato Los brujos de IIamatepeque? Es basado en hechos reales, dónde le
dieron muerte a dos hermanos revolucionarios, amigos de Morazán quiénes
aprendieron magia para divertirse, y el cura enemigo del prócer los acusó de
herejes, provocando que los asesinaran, tristemente no sabían que hereje es
sinónimo de libre pensador y el pueblo manchó sus manos de sangre, por la santa
voluntad del endemoniado curita.
¿Cómo no ahondar en el Río
Grande y péscame una sirena de
nuestro excelso poeta Juan Ramón Molina, poeta gemelo de Darío según Alfonso Reyes intelectual mexicano que
me narró sobre el zoológico en la visión
de Anáhuac, y aquella elegante y apacible poesía de Rosario Castellanos, o a Roberto
Castillo y su cuento Subida al cielo,
o a Clementina Suárez poeta fuerte y
libertaria de mi país con poemas tan contestatarios como Una obrera muerta , o Alejandra
Pizarnik y sus amores tan taciturnos, o al erudito Umberto Eco y el obligado En nombre de la rosa o el Péndulo
de Foucault?Dónde la lujuria parecía sólo un cuento medieval, o el amor transgredía
muros santiguados o escuchar el testimonio de aquellas esplendorosas ciudades
invadidas, saqueadas y reducidas a cenizas.
Me dediqué a leer Cien
años de soledad y fundar Macondo
después de atravesar el espeso bosque o imaginarme el pelo rojo de aquella
historia extravagante del Amor y otros demonios,
y recordar la inolvidable aventura de aquel par de hermanos que se ahogaron
en la luz en su cuento de La Luz es como
el agua de García Márquez.
Exploré El Túnel de
Sábato con ese amor sutil y los versos
de Édgar Lee Master de Spoon River, cuyo texto irreverente y
humano dejó tantas cavilaciones en mi joven espíritu, vino Juan Rulfo y su Llano en llamas, y aquellas clavadas dentro del limbo de los
muertos que te dejaban más vivo que nunca así fueron llegando más a mi ávida
sed de mundos, pero Edgar Allan Poe y el miedo al Escarabajo
de oro aquel maestro de los cuentos de suspenso y poeta de ultratumba con
su Traven repitiéndole aquella triste
sentencia al enamorado –Never more, never
more- , pero nunca como Mary Shelley y el experimento vivo de Frankenstein, producto de la transgresión,
del atrevimiento de profanar tumbas, o El
Perfume de Patrick Suskind, dónde
un genio de los perfumes roba el alma de las personas y te lleva de la mano de Grenouille el asesino de doncellas, quién
no olió jamás, igual que los psicópatas de hoy en día.
Visitaba el hoy vejado Archivo Nacional del Centro de
Tegucigalpa, Francisco Morazán, que quedaba ubicado en la casa del prócer,
luego se trasladó a la antigua Casa Presidencial desde el 2006, lo lastimoso es
que durante el Golpe de Estado del 2009, los golpistas han quemado y robado sus
archivos, la vergüenza es tal que procuran destruir toda memoria y evidencia, tanto
que no escatimaron en arruinar todo lo que podían de nuestra memoria impresa.
En Comayagüela (ciudad gemela de Tegucigalpa) existía un
lugar en pleno mercado Colón semejante al que describe Herman Hesse en su Lobo Estepario, el laberinto de los libros
usados, había hileras de vendedores, unos más cuidadosos que otros, quiénes
amontonaban pasquines, revistas antiguas, cintas de música, discos de vinilo,
hasta libros de colección empastados en cuero,
y aparte te permitían revisarlos sin prisa alguna, la intrincada vida de
aquel laberinto es que te perdías con placer, compre por ejemplo la Divina Comedia y el Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha por sus ilustraciones de Doré, la colección completa de Sherlock Holmes, de Conan
Doyle, tal como apareció en los fascículos ingleses de antaño, con sus respectivas
ilustraciones y el Inglés de principios de S. XIX.
Honduras poseía la hermosísima Biblioteca Reina Sofía, a la que fui asidua,
funcionaba en lo que fuera el Museo del Hombre, me fascinó Van Gogh,
Gauguin, Picasso y otros desde aquellos libros de la malograda biblioteca. Leí en ella, dos veces El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en mis postreros
años de moza y les admito que leerlo fue increíble, la agudeza y el sentido del
humor de ese par de personajes como aquel hombre de la triste figura medio
majareta y un Sancho paciente con el
burro rucio haciendo de escudero fue muy esclarecedor, lo mismo sentí con Ítalo Calvino y el El vizconde demediado, al que un cañonazo desafortunado partió en
dos.
La biblioteca fue incendiada, por el bruto dictador Juan Orlando Hernández, quién
en su afán de ocultar las boletas electorales robadas en 2017, la incendió sin
ningún ápice de remordimiento, dejándonos solamente los buenos recuerdos. Lamentamos
lectores y coleccionistas, que se calcinaran colecciones completas de libros
antiguos y actuales, obras de arte, y de todo tipo de saber humano, a raíz de
dicho parásito nacional. La biblioteca estuvo empotrada en una hermosa
estructura de roble de tres niveles, con sus respectivas escalerillas, toda ella era un deleite, aún lloramos tal acto
vandálico.
Mi curiosidad y asombro siempre ha ido de la mano de estos desplazamientos
que inicié desde pequeña, especialmente al leer Pompeya y Adriano de Margueritte
Youcenar, fascinante poder desnudarme de toda preconcepción cultural, y
empaparme de esa civilización vibrante, y su cultura, ejercicio de despojo e
investimento de nuevas formas de relaciones humanas posibles, dónde la propia
poesía vive, explora y descubre para todos nosotros.
Me provocó mucha curiosidad ver los cuentos rusos en la
televisión sabatina, así que desde entonces busqué literatura de esos lares
como Los tres gordinflones de Yuri
Olesha, un cuento que me
introdujo al mundo de Tibúl y los
tres cerdos corruptos del poder, o de Máximo
Gorki y su detallada narrativa, llegaron autores como Faulkner, Sartre, Simone de Beauvoir y el Segundo
sexo o Kafka quién me alucinó con su Metamorfosis y el asco que se tiene a
una cucaracha gigante.
Fui creciendo, y me empezó a gustar lo de escribir, tenía un
enamorado, por él, escribí ojos verdes,
fue publicado en el periódico universitario de la UNAH, no tengo ninguna copia,
no sé si vale hoy en día, pero escribir poesía por algunos años fue un
entretenimiento que no quería fenecer, y qué mejor libro que el de Agua para Chocolate de Laura Esquivel, quién me hizo reconocer
al amor como ese fósforo qué llena y nos invade con pasión. Para
entonces no tenía con quién compartir mi
afición, hasta que apareció mi hado madrino, Cortázar junto a su Rayuela, y la Vuelta al día en ochenta mundos, bajo su brazo trajo aquel taller llamado Casa Tomada, que me
persigue como ente, hoy en día vuelvo a visitar un taller en Ecuador con ese
nombre, algo me querrá decir.
Con Casa Tomada de
Honduras, entré al debate, a la poesía, a la pluralidad humana y ese conflicto
que somos, bajo la jocosa y aguda voz de Eduardo
Galeano, quién me reveló con lujo de detalle sobre las “limpiezas sociales”
que no son más que asesinatos de gente pobre que “afean” la zona, terrorismo
estatal, queriendo emular y obedecer los dictámenes de los que se consideran “the
social main stream” que no es más que gente embrutecida y renuente a aprender
de otras cosmogonías nativas y más desarrolladas, un manojo de multimillonarios
que vienen a ser la escoria, lo más perverso y egoísta que existe sobre la faz
de la tierra, que destruye y humilla, perdiéndose la gran oportunidad de ser
felices, de ser parte de éste jolgorio social.
¿O el libro de cartas de Günter
Grass tan evidentes y paralelas vidas? ¿Qué decir al profundizar en Vallejo
y su angustiosa existencia en medio de tantos desatinos o crear de la nada como
nos enseña Vicente Huidobro en Altazor? ¿Quién no puede leer la silueta
del mar en la poesía de Olivero Girondo?
¿O sentir el aterciopelado maíz en el verso de Octavio Paz?
O poder sentir lo que acaece después de un terremoto por los poemas de Emilio Pacheco, ser capaces de escuchar el tremebundo zumbido de las moscas, después de varios días, esas mismas moscas de aquel retador libro Lord of the flies de William Golding, por cierto en mi primer libro Días Urbanos, aparece un poema titulado mosca.
O poder sentir lo que acaece después de un terremoto por los poemas de Emilio Pacheco, ser capaces de escuchar el tremebundo zumbido de las moscas, después de varios días, esas mismas moscas de aquel retador libro Lord of the flies de William Golding, por cierto en mi primer libro Días Urbanos, aparece un poema titulado mosca.
Siendo exiliada política, los libros se van quedando
en la memoria, porque la nieve tiene mil formas y se derrite conversando con el
día a día en la poesía del sueco Tomas
Tranströner. Por eso se agradece que puedas contar con una biblioteca
digital e interactiva, sé que no sustituye el romance del papel entre los dedos
y la proximidad del sueño o la intimidad de que sea sólo tú y él emanente.
Pero el romance tiene que tener responsabilidad, hay
demasiado papel mal usado, acabamos con el planeta, hoy considero que la
crítica debe de hacer su trabajo, detener esos funestos atentados al medio
ambiente o al menos convencerlos de que lo hagan en línea.
Ecuador ha sido mi cuarto hogar, el primero Honduras, el
segundo México, el tercero Suecia, he radicado por circunstancias diversas en
éstos países, o he viajado a o un sin número de ellos, por las razones
inequívocas de la poesía y la libertad de expresión y cada uno, a veces más
bondadosos a veces más recelosos me han entregado a sus poetas, sus
tradiciones, sus miedos, sus aciertos, su amistad.
Cómo me suele suceder, aquí tuve la suerte de hacerme de un
excelente amigo, por supuesto el ya extinto Paúl
Solano quien fue el Director de la Biblioteca, por él escribí un ensayo
sobre Rubén Darío y de paso introduje
a Juan Ramón Molina. Por curiosidad
he leído escritoras(es) como Arturo Montesinos Malo, Gilda Host, Eliecer
Cárdenas, Javier Vásconez, Natalia García, Dolores Vintimilla o la poeta Gabriela Vargas Aguirre, cuentos,
novela, poesía, todo un universo del que me voy empapando y sumiendo en el
silencio de esas líneas escritas, las venas del ser.
Hoy puedo nombrar mi pensamiento, consciencia, que descubrió
que el planeta tiene variedad, relatos, gente de todo tipo, gente confundida de
sí misma, una letra, un discurso en cuerpos suaves, gente profusa y bella que
ha muerto y aún existe, gente tan inmensa que no se acaba jamás, y yo, que soy
ínfima e infinita.
Entiendo sobre nuestra fragilidad y esplendor, somos materia
indefinida, vulnerables, se nos empaña con una mala mirada, un grito, un acto
violento, como nuestra Sybil de Flora
Rheta Schreiber, ella me conmovió hasta la medula, era una biografía
distinta a las que había leído hasta entonces, una niña capaz de reinventarse
una y otra vez, a tal grado que se olvidaba a sí misma, una psiquiatra asombrada
y empeñada a ayudarle a ser sólo ella, Sybil, todo por culpa de un pederasta
que abusó de aquella rompible mente a sus tiernos tres años, un caso de la vida
real, muy duro, lo malo es que se repite cada día, y lo bueno es que vamos
derribando lo creído como sagrado o no, para llevar justicia dónde debe
aplicarse, sin importar credo o dominio.
Los libros tienen el poder de volver a ver la guerra y sus
desastrosos resultados; como la tétrica belleza de un par de zapatitos en la
arena ensangrentada, o el asesinato de caballos y pájaros, podemos quitar el
malogrado “honor”, o encontrarnos con el humor de los sobrevivientes, como
aquella soldado que se resistió a morir vestida con calzoncillos de
hombre. Volver y verla con cuerdo desprecio
para evitar semejante aberración social, posible a través de las entrevistas
realizadas por Svetlana Alexévich
compiladas en su libro La guerra no tiene
rostro de mujer.
Podemos tratar de recordar el nombre imposible de un
personaje del autor haitiano Jacques
Sthepen Alexis o los versos fulgurantes de Nicolás Guillén, apropiarnos de las reivindicación poéticas de Victoria Santa Cruz y su Me gritaron negra. O el Popol Vuh con sus mitos y el testimonio
de la extinción de un pueblo bajo el manto indescifrable del tiempo.
Hay muchos títulos que ahora mismo no menciono ni olvido, los
de historia, ciencia, antropología, arqueología, y matemáticas; como ese
simpático libro El diablo de los números de Hans
Magnus, Geometría y trigonometría de
Baldor, los de economía que me
provocaban molestias porque resumen todo a la ganancia material, o teorías filosóficas
de Kant.
Hoy sigo, sigo encontrando historias, es una pequeña obsesión
de vida, es una vida múltiple latiendo en mi corazón y me desgranan siempre.
La realidad, es mucho más, por ende acostumbro a fijarme en
el detalle, en lo impreciso, en el silencio, en una mirada enamorada, lo vaporosidad de un anciano.
¿Acaso un libro no es
ese único país que no tiene fronteras? Un libro silencioso y vivo en un estante,
habitando la melancolía de la librería o la biblioteca, con el poder de
llevarme de nuevo a aquellas nuevas o viejas historias, me dan la bienvenida,
me rejuvenecen y provocan, al fin y al cabo éstos no tienen intenciones
separatistas Per se, quizá sus autores, pero la reflexión desde quién los lee,
especialmente si son cuentos, son sempiternos, el mismo texto, infinitos escenarios, magia, siguen siendo inasibles, un tremendo e inmenso mundo en el
que habito a pesar de todo lo que implique.
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