EN EL INMENSO MUNDO



Por: Diana E. Vallejo Baca

La lectura, como bien dijo Ortega y Gasset, no nos aborda sólo desde la grafía, y menos cuando se es niña,  llegan primero las voces de nuestros progenitores   ellos nos cuidan y nos regalan nuestras letras,  nos llaman con él, su fantasmática en ciernes nos reta, nos envuelve, nos da un lugar fantástico para  existir, el espacio llamado  nombre.

Quizás me gustó o no, pero me los dieron para recrearlo, esculpirlo, adornarlo, llenarlo, exprimirlo, emocionarlo, asociarlo al amor o desamor de mi familia y/o la sociedad, tiene letras, se escribe, y lo interesante es que aunque mueras ese nombre queda, tiene vida, memoria, y según tu edad será joven o viejo, antiguo o contemporáneo, no se entierra el nombre sólo el cuerpo que ocupó.

A los tres años, viví el huracán Fifí en Honduras, y me percaté de que la gente de Tegucigalpa devoraba los diarios, le pedí a mi hermano Ray que me leyera lo que aparecía bajo aquellas tremendas fotos en blanco y negro. Miré carros y gente muy mal trecha, no entendía, así que él, que ya dominaba el secreto, me leyó y me afligí al darme cuenta que la ciudad de La Ceiba, lugar dónde yo nací era la más afectada por dicho desastre natural. Años después conocí a una profesora quién me contó que sobrevivió porque se agarró fuerte a una palmera, el resto de su familia feneció. Eso lo supe sin leer las palabras, pero si su rostro.

Recuerdo a mi familia mostrándome esas letras en un papel, en colores, veía sus letras, notaba que eran distintas a las otras letras  de otros nombres. Era otra dimensión porque mi papá o mamá, tomaban  esos cuentos coloridos y de repente me contaban cuentos y en otras ocasiones que les pedía lo mismo, y no había esos libros, no los podían contar bien, supe que el secreto de esas letras, eran los propias historia, desde ahí nacían, así que el asunto era un misterio.

Entonces no sabía leer, descifrar me era vedado. Un día, me asustaron con la noticia de que iría a primer grado, le pregunté a mi mamá. ¿Cabrá todo en mi cabeza? ¿Habrá suficiente espacio, puedo yo aprender a leer? Ella se enteró de mi ansiedad. Un día me llevó a caminar, me tomó la mano con más fuerza y calidez, se sonríe, al notarme cabizbaja, preocupada, aseveró:

 -Usted aprenderá a leer y mucho más-  reconfortándome. Le creí. ¿Acaso le queda otra opción a una niña de casi cinco? Dijo que me mediría la cabeza, y así lo hizo, de paso me aseguró sin temor a equivocarse, que entraría todo eso y mucho más en esos 40 cm de entonces,  hoy 62 cm de circunferencia. ¡Tal dato me alivió muchísimo!

Me compraron una bonita lonchera, con la que me animó a ir a ese susodicho primer grado, me sentí como un soldado raso yendo a su primer combate.

Así que mi primera experiencia con el mundo de las letras, un terrible susto. Me angustié por el día en que me atribuló  su magnificencia y multiplicidad. ¿Cómo le haría, si  todo en la calle y en los libros, en las ollas, en los chicles, en la ropa y hasta en la tele tenía esos  ganchos?

¡Para colmo mis hermanos me cuentan que voy a aprender muchas otras cosas más! Me pusieron nerviosa: ¿Qué más puede caber en mi cabeza,  por Dios? ¡Soy chiquita! ¿Cómo será eso de aprender? Los adultos explican que todo va a mi cabeza. ¿Cómo así? ¿Pero cómo entra eso que llaman leer a mi cabeza? ¿Me inyectarán? ¿Duele? ¿Cómo es que puedo adquirir esa magia, esa capacidad? ¡Leer es genial!

¡Me fascinó aprender era  indoloro! El susodicho alfabeto sólo es, cinco vocales y un poco de consonantes. ¡Sorpresa son como la gente! distintos cuerpos, colores,  tamaños, gustos, con o sin música propia, algunas letras son mudas, como la h, son letras y son gente al fin y al cabo, personas que nos comunicamos y nombramos con letras, formando palabras.

Al aprender a descifrar aquel letrado mundo, todo a mi alrededor se presentó, el zapatero, la gasolinera, los anuncios, las rutas de los autobuses, los nombres de mis amigos (as), el hospital, el aeropuerto y todo cuánto se escribe, las paredes podían gritar o llorar, además lo publicado en los diarios envejece, porque ya nadie lee el diario de ayer.

Pero las calles, son diferentes es una sola y muchas, jamás se desunen, solo se doblan, se ensanchan, a veces vuelan como puentes y otras veces se desvisten y quedan pedregosas, polvorientas, pero el nombre, lo conocen algunas personas o el mapa, tienen voz, presencia, son las únicas que no viajan y están en todas partes.

En una ocasión a los cinco años, me perdí en un supermercado, me detuve frente a un estante de libros para niños y los cuentos que leí en aquel lapso de tiempo fueron Scrooge de Charles Dickens y La niña de los fósforos de Hans Christian Andersen, venían con sencillas y coloridas ilustraciones, pero en mi corazón cobraron vida, así que cuando me hallaron estaba entre riendo de felicidad por Scrooge y llorando de tristeza por aquella niña desamparada en  la Navidad.

En cambio la Biblia de mi abue, me dio miedo, tiene muchas historias de muerte y de reyes y nadie me prohibía leerlas, me saltaba la mayoría, excepto el pasaje de Ruth, ojeé  todas esas fotos de pinturas, me salté los salmos, son muy aburridos, así que la leí porque se suponía que te hace buena, no sé si se logró del todo el objetivo.

Jugando a los siete, cayó en mis manos Crimen y Castigo, lo leí, con mirada de niña caribeña, sin niebla, sin hacinamiento, me pareció tan desgraciado el pobre Rodion, muy sensible y temeroso, ¿Esas calcetas que puso en el del hoyo de la pared, lo habrán liberado, habrá recuperado el aplomo?

Aparte de ser libro, su rol en mi mundo, era ser libro de magia, sus páginas de papel cebolla, traslúcidas y suaves abrigadas por la suave pasta de cuero, lo hizo perfecto para un aquelarre infantil, imaginar ser  hada, bruja, aluxe. A mi vecina no le gustaba ser la bruja, a las que yo defendía; no entendía; Yo argumentaba ¿Cómo alguien puede ser malo sin estar enojado antes? ¿Aparte qué chiste tiene ser tan bueno todo el tiempo, si la gente es molestosa de vez en cuando? La convencí diciéndole que una enojadita no le hace mal a nadie, aparte…

¡Esas brujas no han de ser tan arpías porque vuelan! 

Mientras jugué con esos libros de pasta dura, descubrí autores como Dickens, Andersen, Cortázar, Asimov, Freixedo, Oscar Wilde y su Retrato de Dorian Gray, me complací en la colección del genial y circense Dr. Seuss, obras de teatro infantil y el hermoso libro de narraciones de Las mil y una noches.

Entendí que al enamorarse hay que ser inteligente y creativa como la protagonista de las  Las mil y una noches quién se salvaba gracias a una historia sin fin y un amor capaz de detener el filo de la muerte sobre su cuello, la metáfora del amor y la muerte; ¿O se refiere a la maldición del amor profundo que nos arrastra a sus entrañas quitándonos la voluntad?

 ¿Cómo no amar los viajes de Gülliver?  Ver esos países distintos a los nuestros dónde la gente chiquita le temía,  y en aquel otro dónde la gente oscura eran reinas y reyes como lo son en verdad, o sumergirme en los océanos durante veinte mil leguas de viaje submarino dentro de la estrafalaria nave del Capitán Nemo de Julio Verne. Sobrecogerme de la magnificencia de la naturaleza en Moby-Dick de Herman Melville, asustarme del cruel castigo que recibió aquel pueblo por no pagar su deuda al  flautista de Hamelin.

Aprendí a resistir y andar en soledad, como le pasó al Robinson Crusoe en esa isla perdida de la existencia, o las injusticias tremendas que pasó  en Los Miserables, Jean Valjean,  y reírme por el sentido común de Mafalda de Quino; no sin dejar de lado la colección completa de las leyendas y mitologías del mundo por Larousse, esos griegos  y romanos, me deleitaron y atemorizaron, lo africano me colocó tambor y susurro al corazón, Fausto o las Nereidas tenían su encanto y el embrujo del misterio.

 De  esos libros extraje vivencias y aventuras junto a los argonautas y otros me escandalizaron porque me contaron de que existía la ex comunión y los ovnis, me asombré del valor de Freixedo el sacerdote, pues a esa edad entre los seis y los ocho, eso de que alguien fuera excomulgado, era lo mismo que irse directo al mismo infierno, pero llegó Dante Alieghieri y Giovanni Boccaccio y resultó que el infierno tiene salida y las mujeres somos graciosas, agudas e inteligentes y muy estimadas, no por nada Boccaccio tuvo que disculparse con nosotras escribiendo tan jocoso libro, cien historias geniales que rinden el merecido honor a nosotras, las mujeres.

Pero los libros también pueden moverte el piso, ofenderte, enojarte, transformarte, el libro que me ofendió de sobremanera fue uno que me encontré por casualidad en una de las mesitas de noche de mi mamá, se llama La enciclopedia de la mujer, fatal, me sentí muy mal, nos denigraba, por ejemplo; en una hoja aparecía los cortes de una vaca y en la siguiente las medidas "apropiadas" de una "buena" esposa, con las mismas rayas punteadas,  no había diferencia alguna, para esa "Enciclopedia" somos animales sin voluntad.

A pesar de mis cortos  10 años, indagué y le pregunté a mi mamá de dónde había sacado semejante adefesio, ella algo apenada, me dijo que una amiga se la había obsequiado el día de su boda, revisé aquellas páginas, dónde nos creían tontas y decorativas, leer por ejemplo: Sonríe a pesar de que esté enojado y levante la voz, ellos están cansados, son los proveedores de la casa.

Tenía ganas de fusilar a la editorial  Vergara, me indigné y mi papá se sonrió, él me dijo que a las mujeres las tienen presas, pero que ese no era mi caso y tendría que ayudar a liberar a las demás, no entendí entonces la dimensión de sus palabras, ahora comprendo que mi papá es el primer feminista que conocí, considerado, bondadoso y equitativo, todo un pensador, y  lo que más me gustaba era cuando recibía la lista de libros de Círculo de Lectores, y encargaba una lista, qué genial, me pedía siempre mi opinión y yo disfrutaba de escoger los que más curiosidad me provocaban.

A raíz de encontrar ese “Enciclopedia de la mujer” comprendí porque mi mamá me había contrariado tanto al poner en rosa mi baño, cuando mi color favorito es el azul, y porqué insistía en eso de mandarme de vacaciones con mis primas para que estuviera con niñas, la empecé a ver con otros ojos, tenía un mundo de contradicciones, su ella genuina, y su ella social. 

Gustaba de la música protesta (peligrosa en Honduras en los años 80´s) por ella supe de  Mercedes Sosa y su negrito, o música de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés qué contradictorio se me hacía que ella tan libre en unos aspectos cayera en la inmensidad de la mentira, esa que ha dicho que las mujeres somos sujetas de segunda clase, sentí compasión, pobrecita mi mamá, lo que le tocó vivir.

Paralela a esa tendencia musical mi padre y mi hermano mayor, tocan la guitarra, blues, jazz, los Tres Ases, Los Diamantes, y un sin número de voces dulces y con un verso menos o más intrincado, como Serrat y su poesía musicalizada, Mediterráneo.

Mi papá y mamá, amaban hacer veladas, fue entonces que escuché a recitar con esa voz estentórea la poesía de Darío y su princesita Margarita, y del cruel rey que decapitó por celos al muchacho enamorado de una muchacha a la que él había obligado a casarse con él; ¡Qué horroroso, casarse a la fuerza! Por supuesto crecí feminista.

Así que en esos viajes en carro hacia la costa de mis tíos, leí sin parar, libros como Siddhartha de Herman Hesse, quién me contó sobre la  trascendencia espiritual sobre los deseos. La historia y las leyendas narraron por ejemplo; sobre las peripecias de los argonautas, la triste  y  desequilibrada Penélope a la que no envidié en ningún momento.

Mi pá, asiduo comprador de libros, me acostumbró a los cómics y a las enciclopedias, Ásterix, Lucky Luke, Mafalda, Memín, Óbelix, Rius, o  esas  enciclopedias del ¿Cómo? ¿Qué? ¿Cuándo? y ¿Dónde?, ellas me enseñaron sobre procesos, culturas, humor y estrellas, hasta que por fin me atreví a leer toda la enciclopedia médica, fue tremendo, todo sobre nuestros cuerpos tan distintos, similares y maravillosos, son tan fuertes y complicados, son toda una aventura.

 A los trece tuve una charla con un doctor, él pensó que era estudiante de medicina, fue simpático, no podía creer que supiera de síndromes específicos, virus, infecciones y septicemias, lo que me resulta tan normal como hablar sobre la no deseada corrupción en México o sobre la historia a través de los ojos de Mingote.

Pero entrar a un palacio de libros, como le llama  mi papá a las bibliotecas,  es otro asunto, la primera fue la de mi escuela, muy juguetona, llena de libros grandes e ilustrados, otros delgados como fideos y sus nombres escritos con tipografía elegante; unos se retraían y desplegaban o hablaban al apretarles, otros más gordos infunden respeto, colocaron unos diccionarios Larousse grandes y bien plantados en la entrada del salón en unos atriles, pero con cientos de  ilustraciones y palabras raras que me gustaba aprender,  para llegar y decirlas en clase, como mequetrefe, rabillo, abuhado, uebos (arcaísmo, sinónimo de necesidad), sapenco distinto a zopenco, o barbián.

No es gratuito que ya en la escuela mi clase favorita fuera Español y Literatura, especialmente cuando nos hicieron leer bajo juramento de secreto mortal "Cuando las tarántulas atacan" de Longino Becerra padre, ese día mi vida cambió, aquel libro era un quita veladuras, narra hechos reales y cruentos que hoy como ayer acontecen en mi país, su palabra tiene un peso tremendo.

Narra llantos, recoge y recrea testimonios, allega a las familias y las coyunturas que nunca antes sentí de ese modo, esa obra me abrió hondas heridas. Tanta maldad, era inverosímil, sin embargo, eran hechos. Fue mi primer libro prohibido, comprendí que, lo vedado tiene que ver con tratar de ocultar la verdad, la consciencia, porque leer genera preguntas, desarrolla la observación, la crítica, desde entonces saber es vital.

Nos introdujeron a Isabel Allende y sus Casa de los Espíritus, El Mio Cid, La Triste e increíble historia de la cándida Erendira y su abuela desalmada de García Márquez, El Principito un suave parte aguas, revelador tanto como Siddhartha y Lobo Estepario de Herman Hesse, el principito que nos lleva entre el apego, al desamor, el rito junto al zorro y su rosa especial, viajerito de rituales y el imaginado o tapado elefante, que jamás sabremos si lo era o no. Lloré de pesar cuando en los cachorros aquel varoncito quedó impedido de hacer el amor, de tener hijos, por una mordida de perro, en aquel libro Los Cachorros de Vargas Llosa.

Comencé a visitar varias veces a la semana la biblioteca escolar,  aproveché a leer sobre arte, ciencia, novelas, todo en Inglés, la poesía (poetry) tenía su sección aparte, así de importante es.

Había una colección en pasta blanca con las fotos de quiénes la escribían, entre ellos a Walt Whitman, que fue mi primer poemario, rayaba 9 años cuando le leí, luego me interesó John Dos Passos al que le llamé Juan dos pasos, y me encantó el gran orbe que inundaba aquel salón, hermoso mundo, puse el dedo en él,  y busqué un libro del  país señalado, pero no había libros de aquellas naciones,  que sí bien aparecían en el globo terráqueo, brillaban por su ausencia en los anaqueles, solamente los de EEUU, Europa y muy pocos de América Latina; se me hizo curioso, pensé entonces que tenía que ver con las lenguas, hoy en día segura estoy que tiene que ver con el racismo del poder y en algunos casos el “indescifrable” idioma.

Fueron llegando otro tipo de libros por el gusto de mi papá, cuentos y libros de tramas policíacas como The Sword Fish de Agatha Christie o Ken Follet  provocando preguntas históricas. Freixedo me sembró una profunda curiosidad por los extraterrestres y los cielos, por ende fue natural leer Cosmos y  El cerebro de Broca de Carl Sagan o a Richard Feynman con su What Do You Care About What Other People Think? Éste último, un astrofísico, me educó con su libro a entender que el existir tenía otras vidas, otras medidas y mucha belleza.

¿Cómo no leer a mi compatriota Ramón Amaya Amador con aquel relato Los brujos de IIamatepeque? Es basado en hechos reales, dónde le dieron muerte a dos hermanos revolucionarios, amigos de Morazán quiénes aprendieron magia para divertirse, y el cura enemigo del prócer los acusó de herejes, provocando que los asesinaran, tristemente no sabían que hereje es sinónimo de libre pensador y el pueblo manchó sus manos de sangre, por la santa voluntad del endemoniado curita.

¿Cómo no ahondar en el Río Grande y péscame una sirena de nuestro excelso poeta Juan Ramón Molina, poeta gemelo de Darío según Alfonso Reyes intelectual mexicano que me narró sobre el zoológico en la visión de Anáhuac, y aquella elegante y apacible poesía de Rosario Castellanos, o a Roberto Castillo y su cuento Subida al cielo, o a Clementina Suárez poeta fuerte y libertaria de mi país con poemas tan contestatarios como Una obrera muerta , o Alejandra Pizarnik y sus amores tan taciturnos, o al erudito Umberto Eco  y el obligado En nombre de la rosa  o el Péndulo de Foucault?Dónde la lujuria parecía sólo un cuento medieval, o el amor transgredía muros santiguados o escuchar el testimonio de aquellas esplendorosas ciudades invadidas, saqueadas y reducidas a cenizas.

Me dediqué a leer Cien años de soledad y fundar Macondo después de atravesar el espeso bosque o imaginarme el pelo rojo de aquella historia extravagante del Amor y otros demonios, y recordar la inolvidable aventura de aquel par de hermanos que se ahogaron en la luz en su cuento de La Luz es como el agua de García Márquez.

Exploré El Túnel de Sábato con ese amor sutil y los versos de Édgar Lee Master de Spoon River, cuyo texto irreverente y humano dejó tantas cavilaciones en mi joven espíritu,  vino Juan Rulfo y su Llano en llamas, y aquellas clavadas dentro del limbo de los muertos que te dejaban más vivo que nunca así fueron llegando más a mi ávida sed de mundos,  pero Edgar Allan Poe y el miedo al Escarabajo de oro aquel maestro de los cuentos de suspenso y poeta de ultratumba con su Traven repitiéndole aquella triste sentencia al enamorado –Never more, never more- , pero nunca como Mary Shelley y el experimento vivo de Frankenstein, producto de la transgresión, del atrevimiento de profanar tumbas, o El Perfume de Patrick Suskind, dónde un genio de los perfumes roba el alma de las personas y te lleva de la mano de Grenouille el asesino de doncellas, quién no olió jamás, igual que los psicópatas de hoy en día.

Visitaba el hoy vejado Archivo Nacional del Centro de Tegucigalpa, Francisco Morazán, que quedaba ubicado en la casa del prócer, luego se trasladó a la antigua Casa Presidencial desde el 2006, lo lastimoso es que durante el Golpe de Estado del 2009, los golpistas han quemado y robado sus archivos, la vergüenza es tal que procuran destruir toda memoria y evidencia, tanto que no escatimaron en arruinar todo lo que podían de nuestra memoria impresa.

En Comayagüela (ciudad gemela de Tegucigalpa) existía un lugar en pleno mercado Colón semejante al que describe Herman Hesse en su Lobo Estepario, el laberinto de los libros usados, había hileras de vendedores, unos más cuidadosos que otros, quiénes amontonaban pasquines, revistas antiguas, cintas de música, discos de vinilo, hasta libros de colección empastados en cuero,  y aparte te permitían revisarlos sin prisa alguna, la intrincada vida de aquel laberinto es que te perdías con placer, compre por ejemplo la Divina Comedia y el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha por sus ilustraciones de Doré,  la colección completa de Sherlock Holmes, de Conan Doyle, tal como apareció en los fascículos ingleses de antaño, con sus respectivas ilustraciones y el Inglés de principios de S. XIX.

Honduras poseía la hermosísima Biblioteca Reina Sofía, a la que fui asidua, funcionaba en lo que fuera el Museo del Hombre, me fascinó  Van Gogh, Gauguin, Picasso y otros desde aquellos libros de la malograda biblioteca. Leí  en ella, dos veces El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, en mis postreros años de moza y les admito que leerlo fue increíble, la agudeza y el sentido del humor de ese par de personajes como aquel hombre de la triste figura medio majareta y un Sancho paciente con el burro rucio haciendo de escudero fue muy esclarecedor, lo mismo sentí con Ítalo Calvino y el El vizconde demediado, al que un cañonazo desafortunado partió en dos.

La biblioteca fue incendiada,  por el bruto dictador Juan Orlando Hernández, quién en su afán de ocultar las boletas electorales robadas en 2017, la incendió sin ningún ápice de remordimiento, dejándonos solamente los buenos recuerdos. Lamentamos lectores y coleccionistas, que se calcinaran colecciones completas de libros antiguos y actuales, obras de arte, y de todo tipo de saber humano, a raíz de dicho parásito nacional. La biblioteca estuvo empotrada en una hermosa estructura de roble de tres niveles, con sus respectivas escalerillas,  toda ella era un deleite, aún lloramos tal acto vandálico.

Mi curiosidad y asombro siempre ha ido de la mano de estos desplazamientos que inicié desde pequeña, especialmente al leer Pompeya  y Adriano de Margueritte Youcenar, fascinante poder desnudarme de toda preconcepción cultural, y empaparme de esa civilización vibrante, y su cultura, ejercicio de despojo e investimento de nuevas formas de relaciones humanas posibles, dónde la propia poesía vive, explora y descubre para todos nosotros.

Me provocó mucha curiosidad ver los cuentos rusos en la televisión sabatina, así que desde entonces busqué literatura de esos lares como Los tres gordinflones  de Yuri Olesha, un cuento que me introdujo al mundo de Tibúl y los tres cerdos corruptos del poder,  o de Máximo Gorki y su detallada narrativa, llegaron autores como Faulkner, Sartre, Simone de Beauvoir y el Segundo sexo o Kafka quién me alucinó con su Metamorfosis y el asco que se tiene a una cucaracha gigante.

Fui creciendo, y me empezó a gustar lo de escribir, tenía un enamorado, por él, escribí ojos verdes, fue publicado en el periódico universitario de la UNAH, no tengo ninguna copia, no sé si vale hoy en día, pero escribir poesía por algunos años fue un entretenimiento que no quería fenecer, y qué mejor libro que el de Agua para Chocolate de Laura Esquivel, quién me hizo reconocer  al amor como  ese fósforo qué llena y nos invade con pasión. Para entonces  no tenía con quién compartir mi afición, hasta que apareció mi hado madrino, Cortázar junto a su Rayuela, y la Vuelta al día en ochenta mundos, bajo su brazo trajo  aquel taller llamado Casa Tomada, que me persigue como ente, hoy en día vuelvo a visitar un taller en Ecuador con ese nombre, algo me querrá decir.

Con Casa Tomada de Honduras, entré al debate, a la poesía, a la pluralidad humana y ese conflicto que somos, bajo la jocosa y aguda voz de Eduardo Galeano, quién me reveló con lujo de detalle sobre las “limpiezas sociales” que no son más que asesinatos de gente pobre que “afean” la zona, terrorismo estatal, queriendo emular y obedecer los dictámenes de los que se consideran “the social main stream” que no es más que gente embrutecida y renuente a aprender de otras cosmogonías nativas y más desarrolladas, un manojo de multimillonarios que vienen a ser la escoria, lo más perverso y egoísta que existe sobre la faz de la tierra, que destruye y humilla, perdiéndose la gran oportunidad de ser felices, de ser parte de éste jolgorio social.

¿O el libro de cartas de Günter Grass tan evidentes y paralelas vidas? ¿Qué decir al profundizar en Vallejo y su angustiosa existencia en medio de tantos desatinos o crear de la nada como nos enseña Vicente Huidobro en Altazor? ¿Quién no puede leer la silueta del mar en la poesía de Olivero Girondo? ¿O sentir el aterciopelado maíz en el verso de Octavio Paz

O poder sentir lo que acaece después de un terremoto  por los poemas de Emilio Pacheco, ser capaces de escuchar el tremebundo zumbido de las moscas, después de varios días, esas mismas moscas de aquel retador libro Lord of the flies de William Golding, por cierto en mi primer libro Días Urbanos, aparece un poema titulado mosca.

Siendo exiliada política, los libros se van quedando en la memoria, porque la nieve tiene mil formas y se derrite conversando con el día a día en la poesía del sueco Tomas Tranströner. Por eso se agradece que puedas contar con una biblioteca digital e interactiva, sé que no sustituye el romance del papel entre los dedos y la proximidad del sueño o la intimidad de que sea sólo tú y él emanente.

Pero el romance tiene que tener responsabilidad, hay demasiado papel mal usado, acabamos con el planeta, hoy considero que la crítica debe de hacer su trabajo, detener esos funestos atentados al medio ambiente o al menos convencerlos de que lo hagan en línea.

Ecuador ha sido mi cuarto hogar, el primero Honduras, el segundo México, el tercero Suecia, he radicado por circunstancias diversas en éstos países, o he viajado a o un sin número de ellos, por las razones inequívocas de la poesía y la libertad de expresión y cada uno, a veces más bondadosos a veces más recelosos me han entregado a sus poetas, sus tradiciones, sus miedos, sus aciertos, su amistad.

Cómo me suele suceder, aquí tuve la suerte de hacerme de un excelente amigo, por supuesto el ya extinto Paúl Solano quien fue el Director de la Biblioteca, por él escribí un ensayo sobre Rubén Darío y de paso introduje a Juan Ramón Molina. Por curiosidad he leído  escritoras(es) como Arturo Montesinos Malo, Gilda Host,  Eliecer Cárdenas, Javier Vásconez, Natalia GarcíaDolores Vintimilla o la poeta Gabriela Vargas Aguirre, cuentos, novela, poesía, todo un universo del que me voy empapando y sumiendo en el silencio de esas líneas escritas, las venas del ser.

Hoy puedo nombrar mi pensamiento, consciencia, que descubrió que el planeta tiene variedad, relatos, gente de todo tipo, gente confundida de sí misma, una letra, un discurso en cuerpos suaves, gente profusa y bella que ha muerto y aún existe, gente tan inmensa que no se acaba jamás, y yo, que soy ínfima e infinita.

Entiendo sobre nuestra fragilidad y esplendor, somos materia indefinida, vulnerables, se nos empaña con una mala mirada, un grito, un acto violento, como nuestra Sybil de Flora Rheta Schreiber, ella me conmovió hasta la medula, era una biografía distinta a las que había leído hasta entonces, una niña capaz de reinventarse una y otra vez, a tal grado que se olvidaba a sí misma, una psiquiatra asombrada y empeñada a ayudarle a ser sólo ella, Sybil, todo por culpa de un pederasta que abusó de aquella rompible mente a sus tiernos tres años, un caso de la vida real, muy duro, lo malo es que se repite cada día, y lo bueno es que vamos derribando lo creído como sagrado o no, para llevar justicia dónde debe aplicarse, sin importar credo o dominio.

Los libros tienen el poder de volver a ver la guerra y sus desastrosos resultados; como la tétrica belleza de un par de zapatitos en la arena ensangrentada, o el asesinato de caballos y pájaros, podemos quitar el malogrado “honor”, o encontrarnos con el humor de los sobrevivientes, como aquella soldado que se resistió a morir vestida con calzoncillos de hombre.  Volver y verla con cuerdo desprecio para evitar semejante aberración social, posible a través de las entrevistas realizadas por Svetlana Alexévich compiladas en su libro La guerra no tiene rostro de mujer.

Podemos tratar de recordar el nombre imposible de un personaje del autor haitiano Jacques Sthepen Alexis o los versos fulgurantes de Nicolás Guillén, apropiarnos de las reivindicación poéticas de Victoria Santa Cruz y su Me gritaron negra. O el Popol Vuh con sus mitos y el testimonio de la extinción de un pueblo bajo el manto indescifrable del tiempo.

Hay muchos títulos que ahora mismo no menciono ni olvido, los de historia, ciencia, antropología, arqueología, y matemáticas; como ese simpático libro  El diablo de los números de Hans Magnus,  Geometría y trigonometría de Baldor, los de economía que me provocaban molestias porque resumen todo a la ganancia material, o teorías filosóficas de Kant.

Hoy sigo, sigo encontrando historias, es una pequeña obsesión de vida, es una vida múltiple latiendo en mi corazón y me desgranan siempre.

La realidad, es mucho más, por ende acostumbro a fijarme en el detalle, en lo impreciso, en el silencio, en una mirada enamorada, lo vaporosidad de un anciano.

 ¿Acaso un libro no es ese único país que no tiene fronteras? Un libro silencioso y vivo en un estante, habitando la melancolía de la librería o la biblioteca, con el poder de llevarme de nuevo a aquellas nuevas o viejas historias, me dan la bienvenida, me rejuvenecen y provocan, al fin y al cabo éstos no tienen intenciones separatistas Per se, quizá sus autores, pero la reflexión desde quién los lee, especialmente si son cuentos, son sempiternos, el mismo texto, infinitos escenarios, magia, siguen siendo inasibles, un tremendo e inmenso mundo en el que habito a pesar de todo lo que implique.

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